En el aire
Por: Heriberto Fiorillo | 7:41 p.m. | 21 de Noviembre del 2010
Heriberto Fiorillo
El periodismo radial colombiano está en mora de reflexionar y actuar sobre algunas conductas que lo ponen en tela de juicio
Hemos escuchado que fue un gurú de la radio bogotana quien, para abaratar los costos de su programa, tuvo la idea genial de no pagar a sus reporteros con dinero sino con tiempo. "Tienes un minuto para comercializar", dijo entonces a cada periodista. El método, por el alivio económico a los patrones, se regó como verdolaga en buena parte del sistema radial colombiano, con centenares de periodistas-publicistas que hoy no saben en qué condición o hasta dónde cuestionar u ofrecerse a sus fuentes.
Se quejan muchos músicos de que nadie divulga por radio sus canciones, a menos que paguen por ello. "Mi padre se ha gastado ocho millones de pesos en divulgar mi disco", nos dijo un jovencito prometedor que no toca vallenato. La "mordida" radial se llama payola. Y la competitividad de los productores por la divulgación de las canciones de su interés resulta tan malévola que se ha puesto hoy también en juego la contrapayola, cuando se paga a los D.J. para que no pasen la música de su competencia.
En este país, la extorsión no se práctica sólo desde el crimen organizado o la delincuencia común contra grandes empresarios, autoridades entrampadas o tenderos populares. Muchos colegas saben que, en pueblos y ciudades de Colombia, desde La Guajira hasta Pasto, operan seudoperiodistas que calumnian por micrófono a dirigentes, comerciantes o personajes de su entorno, con el propósito vil de contarlos así, a las malas, entre sus anunciantes. "He escuchado de calumniados que, a la semana de contratar una cuña, son convertidos, por el mismo verdugo, en prohombres", nos reveló una víctima.
Al parecer, lo que enseña la academia en las incontables facultades de comunicación y periodismo del país es todo lo contrario a lo que la llamada universidad de la vida guarda para sus estudiantes. Así que la mística, el compromiso con la audiencia, la búsqueda de la verdad, la imparcialidad, el oficio como servicio público, que dictan cánones y maestros del periodismo universal, se desintegran como valores en un mercado de intereses en el que comunicar, opinar, desinformar y hasta callar tiene un altísimo precio.
Pobre audiencia, triste masa de oyentes que tiende a creer aún, de buena fe, a tantos profetas orales. Cómo educar, prevenir, vacunar a las legiones de escuchas contra tanta información generada y divulgada por intereses como los de la payola. "Que diga quiénes son los extorsionistas, quiénes reciben dinero por poner discos o quiénes servimos y complacemos a nuestras fuentes y quienes compran nuestras ideas o nuestros silencios", claman con tanta ingenuidad como furia algunos 'colegas' de los medios electrónicos, tras una reflexión local sobre el tema.
Como si señalar individuos desterrara una práctica que pocos parecen cuestionar desde la radio. Como si evidenciar a uno o dos "culpables" tuviera el poder de erradicar un vicio de este tamaño.
Se descubre uno y aparecerán pronto con avidez otros en su sitio. Los mismos quizás que ahora exigen nombres, a ver si son ellos. Ni que uno fuera suicida o policía. Se trata de un problema que debe resolver la comunidad como tribu, a partir de los afectados más cercanos.
El periodismo radial colombiano está en mora de reflexionar y actuar sobre estas conductas, en diálogo con el Estado, la academia y los colegas de bien, al amparo de las leyes nacionales. Si no fortaleces como cultura la justa relación entre tus miembros, serás testigo de la formación de otra cultura, la del aquí y el ahora, la del interés particular, lejos de la constitucionalidad y proclive a otras leyes, las del narcotráfico, por ejemplo. Y esto es lo que, en parte, creo yo, está ocurriendo
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